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La cara de Jesús, camino del Calvario donde sería crucificado, quedó impresa en un trapo que le ofreció Verónica, una piadosa mujer de Palestina. De esta tradición arranca el nombre de verónicas que se da a estas pinturas que representan la cara de Jesús, la vera icona. Por extensión y, entre otros motivos, por conveniencias ornamentales se añadió el rostro de María. La base de estas pinturas es un elemento escultórico, de madera dorada, con cabezas de ángel y volutas perfectamente integrables en un retablo.