El mundo ibérico (siglos VII-II a. C.) se caracteriza por ser la etapa en la cual se introdujeron elementos tan importantes como la escritura, la moneda o la cerámica a torno. Todos ellos fueron fruto del contacto con otros pueblos, como los fenicios o los griegos.
Iberos es el nombre que algunas fuentes clásicas daban a los pueblos que habitaban la costa oriental de la península ibérica. Según la zona que habitaban recibían nombres diversos, y en el caso de nuestra zona eran llamados lacetanos. Vivían en núcleos amurallados situados en colinas. Continuaban practicando la ganadería y la agricultura, aunque cada vez con mayor intensidad y creando una gran cantidad de excedentes, que almacenaban en silos. Complementaban estas actividades económicas tradicionales con el comercio y trabajaban los metales ya conocidos (cobre, bronce y hierro) para elaborar herramientas, útiles, armas y objetos de adorno.
Los iberos también incineraban a sus difuntos y enterraban las urnas agrupadas en zonas cercanas a los poblados. Los difuntos se acompañaban con algunos elementos de orfebrería muy elaborados.
En el museo, a diferencia de lo que ocurría en épocas anteriores, prácticamente no se conservan materiales procedentes de yacimientos de tipo funerario. En cambio, hay numerosos ejemplos de materiales procedentes de poblados ibéricos: Anseresa, Castellvell y Sant Esteve d’Olius (Olius), el Molí d’Espígol (Tornabous) o Sant Miquel de Sorba (Montmajor).